The Cult cosechó un éxito moderado en la década de los 80 y primeros 90, no fueron nunca unos superventas al estilo de unos Guns N' Roses o Mötley Crüe, pero sí que tuvieron el suficiente impulso de ventas como para no ser ahora un grupo que se quedó anclado en el túnel del tiempo y cosecharon una más que sólida base de fans. Eso impulsa a que las discográficas se interesen todavía por ellos, y que sobre todo tengan siempre la libertad necesaria para hacer con su música lo que les venga en gana. Puede que en el momento que tuvieron más éxito comercial con "Sonic Temple" les marearan las discográficas con producir otro hit single en la onda de "Fire Woman". Después publicaron el que probablemente sea uno de sus trabajos más flojos ("Ceremony", 1991) y les adjudicaron un productor en la onda del sonido que se llevaba en esa época, Richie Zito. Pero a partir de ahí, y evocando a su primigenia manera de hacer las cosas, volvieron a seguir su instinto y jamás han repetido el sonido del disco anterior. Y eso es lo que han hecho siempre, sorprender al fan acérrimo, aunque ya a estas alturas no sorprende el hecho de que sean capaz de hacerlo una y otra vez. Lo sorprendente sería que no lo hicieran. Y sus últimos trabajos, son unas colecciones de canciones magníficas.
En "Hidden City" han dejado quizás la potencia y la inmediatez que atesoraban en su anterior trabajo, el alabado "Choice of Weapon". Para este disco han recuperado la profundidad y densidad que se apreciaban en sus primeros trabajos, antes de que decidiesen invertir en su vena más hard rockera. Sin embargo, no han dejado de lado esa faceta, siendo los temas que abren el álbum, como "Dark City" o "No Love Lost", su mejor ejemplo. En "G O A T" o "Avalanche of Light" escuchamos como la guitarra de Duffy estalla de furia y Astbury se suelta la melena dejando atrás su clásico toque místico. Un toque místico que se apodera de varias canciones que nos traen de vuelta no sólo a ese espíritu oscuro y pseudogótico de sus inicios, sino a esas atmósferas envolventes que nos deleitaron en su nunca suficientemente apreciado disco homónimo de 1994 (popularmente conocido como "el disco de la cabra"). Escuchando canciones como "In Blood" o "Birds of Paradise" (tema donde el piano incorpora una intensidad melodramática que es lo que realmente el tema necesita) se comprende fácilmente por qué Robby Krieger y Ray Manzarek eligieron a Ian Astbury para reemplazar a Jim Morrison en su homenaje/tributo a The Doors llamado Riders On The Storm. De hecho, yo también siempre lo pensé y me alegró que el resto de componentes de The Doors tuvieran las mismas sensaciones que un servidor. Su voz quizás ha perdido algo de potencia, pero ha ganado madurez y profundidad Es todavía uno de los mejores vocalistas que hay en el mundo del Rockm, a pesar de cierta holgazanería que abusa en sus conciertos. En "Dance The Night" incluso se atreven a tener un ligero toque pop, que no ha hecho otra cosa que recuerde lo buen disco que fue el proyecto de Ian Astbury en los 90, aquellos incomprendidos Holy Barbarians, cuyo único disco "Cream", quemé en aquel verano de 1996. Para mi gusto, el momento culminante del álbum es "Hinterland", un tema que aúna lo mejor de The Cult, compartiendo su espíritu innovador de mediados de los 90, con ese bajo siniestro para desembocar en un estribillo rockero con un solo de Billy Duffy que te parte en dos.
Producido una vez más por Bob Rock, al que muchos querían encasillar cuando en época de vacas gordas producía a superventas como Mötley Crüe o Metallica, y ha demostrado con creces, sobre todo con su trabajo continuo con The Cult, que puede producir discos de sonoridades distintas, añadiendo matices, evocando atmósferas, imprimiendo de siempre un robusto y limpio sonido que eleva todas las obras de los discos que produce. Sin duda, siempre ha sido uno de mis productores favoritos.


No hay comentarios:
Publicar un comentario